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El sol, el sol resplandeciente que devuelve al hombre no sólo la luz, sino la vida, la esperanza y la frescura, irrumpió en la ciudad atestada de gente con una gloria clara y radiante. A través de los vidrios de colores costosos y de las ventanas remendadas con papel, a través de la cúpula de la catedral y de la grieta podrida, derramó su mismo rayo.