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En nuestra casa había una guerra. Una guerra silenciosa en la que no sonaban las armas, y los cuerpos que caían sólo eran deseos que morían y las balas sólo eran palabras y la sangre que se derramaba siempre se llamaba orgullo.
En nuestra casa había una guerra. Una guerra silenciosa en la que no sonaban las armas, y los cuerpos que caían sólo eran deseos que morían y las balas sólo eran palabras y la sangre que se derramaba siempre se llamaba orgullo.