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La mejor armadura de la vejez es una vida bien empleada que la preceda; una vida empleada en la búsqueda de conocimientos útiles, en acciones honorables y en la práctica de la virtud; en la que aquel que se esfuerza por mejorar desde su juventud, en la vejez cosechará los frutos más felices; no sólo porque éstos nunca abandonan a un hombre, ni siquiera en la vejez más extrema, sino porque una conciencia que da testimonio de que nuestra vida fue bien empleada, junto con el recuerdo de las buenas acciones pasadas, proporciona un consuelo indecible al alma.