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Voy al agua salada y me lavo la sangre, intentando decidir qué odio más, el dolor o el picor. Harta, vuelvo pisando fuerte a la playa, vuelvo la cara hacia arriba y suelto: "Oye, Haymitch, si no estás demasiado borracho, nos vendría bien algo para la piel". Es casi gracioso lo rápido que aparece el paracaídas sobre mí. Levanto el brazo y el tubo aterriza de lleno en mi mano abierta. "Ya era hora", digo, pero no puedo mantener el ceño fruncido. Haymitch. Lo que daría por cinco minutos de conversación con él.