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Nos ama porque está lleno de una medida infinita de amor santo, puro e indescriptible. Somos importantes para Dios no por nuestro currículum, sino porque somos sus hijos. Él nos ama a cada uno de nosotros, incluso a aquellos que son defectuosos, rechazados, torpes, tristes o rotos. El amor de Dios es tan grande que ama incluso al orgulloso, al egoísta, al arrogante y al malvado.