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En ese momento tan agobiante de toda la historia humana, con la sangre asomándole por todos los poros y un grito angustiado en los labios, Cristo buscó a Aquel a quien siempre había buscado: Su Padre. "Abba", gritó, "Papá", o en labios de un niño más pequeño, "Papi". Es un momento tan personal que casi parece un sacrilegio citarlo. Un Hijo sufriendo sin alivio, un Padre que es su única y verdadera fuente de fortaleza, los dos resistiendo, pasando la noche juntos.