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Hay pocas cosas más dulces en este mundo que la admiración cándida, exaltada, destemplada y abierta de un subalterno. Incluso una mujer en su más ciega devoción no se deja llevar por los pasos del hombre al que adora, ni inclina su sombrero en el ángulo en que él lo lleva, ni entremezcla su discurso con los juramentos de él.