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Alejandro, me rompiste el corazón. Pero por llevarme a la espalda, por tirar de mi trineo moribundo, por darme tu último pan, por el cuerpo que destruiste por mí, por el hijo que me has dado, por los veintinueve días que vivimos como aves rojas del paraíso, por todas nuestras arenas de Nápoles y vinos de Napa, por todos los días que has sido mi primer y último aliento, por Orbeli... te perdonaré.