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  • Aprendió a vivir con la verdad. No a aceptarla, sino a vivir con ella. Era como vivir con un elefante. Su habitación era diminuta, y cada mañana tenía que apretujarse alrededor de la verdad para llegar al baño. Para alcanzar el armario y coger un par de calzoncillos tenía que arrastrarse por debajo de la verdad, rezando para que no eligiera ese momento para sentarse en su cara. Por la noche, cuando cerraba los ojos, la sentía cernirse sobre él.