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Svengal yacía gimiendo sobre el césped. Sus muslos eran una agonía. Le dolían las nalgas. Le ardían las pantorrillas. Ahora, después de caerse del pequeño poni que montaba y caer pesadamente al suelo sobre la punta del hombro, éste también le dolía. Se concentró en tratar de encontrar una parte de su cuerpo que no fuera una gigantesca fuente de dolor y fracasó estrepitosamente. Abrió los ojos. Lo primero que vio fue la cara del poni anciano que había estado montando mirándole. ¿Qué te ha llevado a hacer algo tan extraño? pareció preguntar la criatura.