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Tantas cosas que antaño le habían angustiado o sublevado -los discursos y pronunciamientos de los sabios, sus afirmaciones y sus prohibiciones, su negativa a permitir que el universo se moviera- le parecían ahora meramente ridículas, inexistentes, comparadas con la majestuosa realidad, el torrente de energía, que ahora se revelaba ante él: omnipresente, inalterable en su verdad, implacable en su desarrollo, intocable en su serenidad, maternal e infalible en su protección.