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Era octarina, el color de la magia. Era vivo, resplandeciente y vibrante, y era el pigmento indiscutible de la imaginación, porque allí donde aparecía era señal de que la mera materia era sierva de los poderes de la mente mágica. Era el encanto mismo. Pero Rincewind siempre pensó que parecía una especie de púrpura verdoso.