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Era desconcertante la forma en que podía pasar de la eficiencia fría al sarcasmo y a la dulzura en el espacio de treinta segundos. Me parecía muy manipuladora y controladora. Ponía a la otra persona constantemente en guardia. Y era muy intimidante, porque nunca sabías cuándo iba a estallar. Tomé nota mentalmente de que debía perfeccionar esas habilidades.