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Una vez me preguntaste si te seguiría queriendo cuando tus labios estuvieran fruncidos por la edad y tus ojos apagados. Puedo asegurarte que te seguiré amando cuando sólo me queden las fuerzas (y los escasos dientes) para engullir esos labios fruncidos. Te amaré cuando tus huesos sean lo bastante afilados para atravesar mi frágil carne. Te amaré cuando la luz de mis ojos se apague para siempre y el tuyo sea el último rostro dulce que vea. Porque lo soy y siempre lo seré.