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Gil-galad era un rey elfo. De él cantan tristemente los arpistas: el último cuyo reino fue justo y libre entre las Montañas y el Mar. Su espada era larga, su lanza afilada, su brillante yelmo se veía a lo lejos; las incontables estrellas del campo celestial se reflejaban en su escudo de plata. Pero hace mucho tiempo que cabalgó lejos, y nadie puede decir dónde mora; porque en la oscuridad cayó su estrella en Mordor, donde están las sombras.