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Claro, nada tiene más éxito que el éxito. El hecho es, querida, que somos tontos. Nos aferramos a un ideal que nadie quiere ni le importa. Yo soy el más tonto de los dos. Sigo comiéndome el corazón y envenenando cada momento de mi vida en el intento de despertar la sensibilidad de la gente. Al menos si pudiera hacerlo con los ojos cerrados. Lo irónico es que veo la inutilidad de mis esfuerzos y, sin embargo, no puedo dejarlo.