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RJD era más o menos la personificación del heavy metal, un pequeño brujo de 1,70 metros con una melena sarnosa, ojos demoníacos y una sonrisa socarrona, todo ello unido a una voz simplemente enorme y operística, una potencia diminuta que merodeaba por el escenario como un duende felino y que resultaba ser también muy inteligente y bien hablado, todo un caballero en un género conocido demasiado bien por sus ampulosos y monosilábicos doltbuckets. Algo realmente raro.