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Las guerras hacen que la historia parezca engañosamente sencilla. Proporcionan puntos de inflexión claros, distinciones fáciles: antes y después, ganador y perdedor, bien y mal. La verdadera historia, el pasado, no es así. No es plana ni lineal. No tiene contorno. Es resbaladiza, como el líquido; infinita e incognoscible, como el espacio. Y es cambiante: justo cuando crees ver un patrón, la perspectiva cambia, se ofrece una versión alternativa, resurge un recuerdo olvidado hace tiempo.