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Después de colocar la última palada de tierra en su sitio, me senté y dejé que mi mente retrocediera a través de los años. Pensé en el viejo bote de polvos de hornear K. C. y en la primera vez que vi a mis cachorros en la caja del depósito. Pensé en los cincuenta dólares, en las monedas de cinco y diez céntimos, en los pescadores y en los campos de zarzamoras. Miré su tumba y, con lágrimas en los ojos, pronuncié estas palabras: "Valías la pena, viejo amigo, y mil veces más.