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La suya era una memoria hecha de chascarrillos: ser arrastrada por la nieve por una manada de lobos, el primer beso con sabor a naranjas, despedirse detrás de un parabrisas agrietado. Una vida hecha de promesas de lo que podría ser: las posibilidades contenidas en una pila de solicitudes universitarias, la emoción de dormir bajo un techo extraño, el futuro que yacía en la sonrisa de Sam. Era una vida que no quería dejar atrás. Era una vida que no quería olvidar que aún no había terminado. Había mucho más que decir.