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Pero a veces he pensado que la naturaleza de una mujer es como una gran casa llena de habitaciones: Está el vestíbulo, por el que todo el mundo pasa al entrar y salir; el salón, donde se reciben las visitas formales; la sala de estar, donde los miembros de la familia entran y salen a su antojo; pero más allá, mucho más allá, hay otras habitaciones, las manillas de cuyas puertas tal vez nunca se giran; nadie conoce el camino a ellas, nadie sabe a dónde conducen; y en la habitación más íntima, el lugar santísimo, el alma se sienta sola y espera un paso que nunca llega.