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Siempre me intriga mi disparatada preocupación por elegir un montón de cosas exactamente iguales a las que, de algún modo, siento que son las mejores y me pertenecen. Es ese mismo impulso loco o superstición, o lo que sea, lo que me hace abrir una Biblia en una habitación de hotel, esperando algún gran consejo espiritual casual. La mayoría de las veces, me encuentro con un largo pasaje de engendros y engendradas, que apenas contiene otra inspiración que el hecho de que la procreación es el fin supremo de la vida.