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  • Cualquiera que sea el curso de nuestras vidas, debemos recibirlas como el más alto don de la mano de Dios, en la que igualmente reposa el poder de no hacer nada en absoluto por nosotros. De hecho, deberíamos aceptar la desgracia no sólo con agradecimiento, sino con infinita gratitud a la Providencia, que por tales medios nos desprende de un amor excesivo por las cosas terrenales y eleva nuestras mentes a lo celestial y divino.