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Se levantó de la cama y miró a través de las persianas. Hacia el este y frente a él había jardines y un manzanar, y allí, en una extraña tranquilidad líquida, colgaba el lucero del alba, y se alzaba, introduciendo en el crepúsculo de la noche el primer gris del amanecer. La calle, bajo sus hojas otoñales, estaba vacía, encantada, desierta.