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Entramos en la soledad ante todo para encontrarnos con el Señor y para estar con Él y sólo con Él. Sólo en el contexto de la gracia podemos afrontar nuestro pecado; sólo en el lugar de la curación nos atrevemos a mostrar nuestras heridas; sólo con una atención decidida a Cristo podemos renunciar a nuestros miedos aferrados y enfrentarnos a nuestra propia y verdadera naturaleza.