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Durante los años siguientes, cuando Amory pensaba en Eleanor, le parecía seguir oyendo el sollozo del viento a su alrededor, que le producía pequeños escalofríos junto al corazón. La noche en que cabalgaron por la ladera y contemplaron la fría luna flotando entre las nubes, perdió una parte más de sí mismo que nada podría devolverle; y cuando la perdió, perdió también el poder de lamentarlo.