-
Nunca en su vida habían acunado a Edward como a un bebé. Abilene no lo había hecho. Tampoco Nellie. Y, desde luego, Bull tampoco. Era una sensación singular ser abrazado con tanta delicadeza y a la vez con tanta fiereza, ser mirado con tanto amor. Edward sintió que todo su cuerpo de porcelana se inundaba de calor. (página 128)