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Todo el miedo general que he estado sintiendo se condensa en un miedo inmediato a esta chica, a esta depredadora que podría matarme en cuestión de segundos. La adrenalina se dispara, me cuelgo la mochila al hombro y corro a toda velocidad hacia el bosque. Oigo la hoja silbar hacia mí y, por reflejo, levanto la mochila para protegerme la cabeza. La hoja se incrusta en la mochila. Con las dos correas al hombro, me dirijo hacia los árboles. De algún modo, sabía que la chica no me perseguiría. Que volverá a la Cornucopia antes de que se acabe todo lo bueno. Una sonrisa cruza mi rostro. Gracias por el cuchillo, pienso.