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Verle era como abrir la puerta a un telegrama siniestro; sabes que se supone que tiene que ser entretenido, pero no puedes superar el triste hecho de que esta persona realmente cree que está trayendo algo de alegría a tu vida. En algún lugar tenía una madre que rebuscaba en una caja de zapatos de carteles de teatro mimeografiados, sirviéndose otra copa y preguntándose cuándo su hijo entraría en razón y se tragaría algún desatascador.