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  • Sylvia le había dado un sermón hirviente, en el que le había dicho que lo que a una mujer le gustaba llevar era femenino y lo que no le gustaba no lo era, y que si era demasiado testarudo y anticuado para entenderlo, podía ir a remojarse la cabeza en un cubo de agua fría. Aún no le había perdonado que le dijera que tendrían que buscar mucho para encontrar un cubo lo bastante grande para meterle la cabeza, pero admiraba el descaro de su comentario.