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  • Si queremos tener una cultura tan resistente y competente frente a la necesidad como debe ser, entonces debe implicar de algún modo en sí misma una generosidad ceremoniosa hacia el desierto de la fuerza y el instinto naturales. La granja debe ceder un lugar al bosque, no como un lote de madera, ni siquiera como un principio agrícola necesario, sino como una arboleda sagrada: un lugar donde se deja en paz a la Creación, para que sirva de instrucción, ejemplo, refugio; un lugar al que la gente pueda ir, libre de trabajo y presunción, para dejarse llevar. (pág. 125, El cuerpo y la tierra)