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En esta guerra tengo un ardiente rencor privado, que probablemente me haría mejor soldado a los 49 años de lo que era a los 22: contra ese pequeño ignorante rubicundo de Adolf Hitler (porque lo extraño de la inspiración y el ímpetu demoníacos es que no mejoran en modo alguno la estatura puramente intelectual: afectan principalmente a la mera voluntad). Arruinando, pervirtiendo, aplicando mal y convirtiendo para siempre en maldito ese noble espíritu del norte, una contribución suprema a Europa, que siempre he amado y tratado de presentar en su verdadera luz.