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Pedí a los profesores que enseñan el sentido de la vida que me dijeran qué es la felicidad. Y acudí a ejecutivos famosos que dirigen el trabajo de miles de hombres. Todos negaron con la cabeza y me dedicaron una sonrisa como si estuviera intentando tomarles el pelo. Y entonces, un domingo por la tarde, paseé junto al río Desplaines y vi una multitud de húngaros bajo los árboles con sus mujeres y sus niños y un barril de cerveza y un acordeón.