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De pronto, el prolongado aullido de la bocina de un barco se coló por la ventana abierta e inundó la penumbra de la habitación: un grito de dolor sin límites, oscuro y exigente; negro como el carbón y glabro como el lomo de una ballena y cargado con todas las pasiones de las mareas, el recuerdo de viajes incontables, las alegrías, las humillaciones: el mar gritaba.