-
Nada en mi vida parecía desvanecerse ni ocupar el lugar que le correspondía en el panteón de experiencias que constituían mis dieciocho años. Todo seguía conmigo, el espacio de almacenamiento de mi cerebro atiborrado de recuerdos vívidos, empaquetados y apilados como fotografías y vestidos viejos en la cómoda de mi abuela. No era sólo la loca del desván, sino el desván mismo. El pasado estaba encima de mí, debajo de mí, dentro de mí.