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Ah, señor, una novela es un espejo que se lleva a lo largo de una carretera. En un momento refleja a tu vista el cielo azul, en otro el fango de los charcos a tus pies. Y el hombre que lleva este espejo en su mochila será acusado por usted de inmoral. Su espejo muestra el fango, ¡y tú culpas al espejo! Culpa más bien a la carretera sobre la que está el charco, y más aún al inspector de carreteras que permite que el agua se acumule y se forme el charco.