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Ahora las montañas estaban adquiriendo ese tinte rosado, me refiero a las rocas, no eran más que roca sólida cubierta de los átomos de polvo acumulados allí desde tiempos sin principio. De hecho, tenía miedo de aquellas monstruosidades dentadas que nos rodeaban y sobrevolaban. "¡Son tan silenciosas!" dije. "Sí tío, ya sabes que para mí una montaña es un Buda. Piensa en la paciencia, cientos de miles de años sentada ahí en perfecto silencio y rezando por todas las criaturas vivientes en ese silencio y esperando a que dejemos de preocuparnos y de hacer el tonto".