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Me acerqué a la cornisa, cerré los ojos y pensé: "Oh, qué vida es ésta, ¿por qué tenemos que nacer, en primer lugar, y sólo para que nuestra pobre y gentil carne quede expuesta a horrores imposibles como enormes montañas, rocas y espacios vacíos?" Y con horror recordé el famoso dicho zen: "Cuando llegues a la cima de una montaña, sigue subiendo". El dicho me puso los pelos de punta; había sido una poesía tan bonita sentada en las esteras de paja de Alvah.