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Lo que los moralistas describen como los misterios del corazón humano son únicamente los pensamientos engañosos, los impulsos espontáneos del amor propio. Los bruscos cambios de carácter, de los que tanto se ha hablado, son cálculos instintivos para el fomento de nuestros propios placeres. Eugène de Rastignac, al verse ahora con sus ropas finas, sus guantes y zapatos nuevos, olvidó su noble resolución. La juventud, cuando se desvía hacia el mal, no se atreve a mirarse en el espejo de la conciencia; la madurez ya se ha visto allí. Esa es toda la diferencia entre las dos fases de la vida.