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Que la dialéctica hegeliana proporciona un instrumento maravilloso para tener siempre razón, porque permite interpretar todas las derrotas como el principio de la victoria, es obvio. Uno de los ejemplos más bellos de este tipo de sofistería ocurrió después de 1933, cuando los comunistas alemanes se negaron durante casi dos años a reconocer que la victoria de Hitler había sido una derrota para el Partido Comunista Alemán.