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Lo que ocurre es que cuando eres joven siempre piensas que conocerás a todo tipo de gente maravillosa, que distanciarte y perder amigos es algo natural. Al principio no te preocupas por los amigos que dejas atrás. Pero a medida que te haces mayor, es más difícil entablar amistades. Demasiadas defensas, pocas oportunidades. Estás ocupado. Y para cuando te das cuenta de que has perdido al mejor amigo más querido que has tenido nunca, ya han pasado los años y eres lo bastante maduro como para avergonzarte de tu actitud y, francamente, de tu arrogancia.