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Pero había demasiados puntos en los que el otro yo podía invadir el yo que él quería preservar, y había demasiadas formas de invasión: ciertas palabras, sonidos, luces, acciones que realizaban sus manos o sus pies, y si no hacía nada en absoluto, no oía ni veía nada, el grito de alguna voz interior triunfante que le escandalizaba y le acobardaba.