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Si dos ángeles recibieran al mismo tiempo un encargo de Dios, uno para bajar a gobernar el más grandioso imperio de la tierra, el otro para ir a barrer las calles de su más mezquina aldea, a cada uno le sería completamente indiferente el servicio que le tocara en suerte, el puesto de gobernante o el puesto de carroñero; porque la alegría de los ángeles sólo consiste en obedecer la voluntad de Dios, y con igual alegría levantarían a un Lázaro harapiento hasta el seno de Abraham, o serían un carro de fuego para llevar a un Elías a casa.