-
Desde entonces he pasado muchos años -demasiados, creo- avergonzándome de lo que escribo. Creo que tenía cuarenta años cuando me di cuenta de que casi todos los escritores de ficción o poesía que han publicado alguna vez una línea han sido acusados por alguien de desperdiciar el talento que Dios les ha dado. Si escribes (o pintas o bailas o esculpes o cantas, supongo), alguien intentará hacerte sentir mal por ello, eso es todo.