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A veces, alguno de ellos me invitaba a una fiesta o a salir a cenar y yo declinaba la invitación. Una parte de mí quería ir, pero ese tipo de salidas siempre me hacían sentir aún más alienada que de costumbre. Oírles hablar me hacía sentir sola y odiosa al mismo tiempo. Solitaria porque no encajaba, nunca encajé. Cuando me lo recordaban, me dolía. Y odiosa porque reafirmaba lo que ya sabía: que estaba sola y marginada.