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En ocasiones, globales o personales, podemos sentirnos alejados de Dios, apartados del cielo, perdidos, solos en lugares oscuros y lúgubres. A menudo esa angustia puede ser obra nuestra, pero incluso entonces el Padre de todos nosotros nos observa y nos ayuda. Y siempre están esos ángeles que van y vienen a nuestro alrededor, vistos y no vistos, conocidos y desconocidos, mortales e inmortales.