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Allí sacó la fiambrera y preparó una comida sencilla, en la que, recordando el origen y las preferencias del forastero, tuvo cuidado de incluir una yarda de pan francés largo, una salchicha de la que cantaba el ajo, un poco de queso que se tumbaba y lloraba, y un frasco de paja de cuello largo en el que yacía embotellada la luz del sol derramada y cosechada en las lejanas laderas del sur.