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Cerró los ojos cuando ella le puso la mano en el hombro y, en ese instante, nada más importó. Ni la canción, ni el lugar, ni las otras parejas a su alrededor. Sólo esto, sólo ella. Se abandonó a la sensación de su cuerpo apretándose contra él y se movieron lentamente en pequeños círculos sobre el suelo cubierto de serrín, perdidos en un mundo que parecía haber sido creado sólo para ellos dos.