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En aquel momento, satisfacía una curiosidad sensual experimentando los placeres de la gente que vive por amor. Había creído que podía detenerse allí, que no se vería obligado a conocer sus penas; ¡qué poca cosa era ahora para él su encanto comparado con el asombroso terror que se extendía desde él como un halo turbio, la inmensa angustia de no saber en cada momento lo que ella había estado haciendo, de no poseerla en todas partes y siempre!