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...y una vez en casa de Hana, cuando robamos licor de moras del armario de licores de sus padres y bebimos hasta que el techo empezó a dar vueltas. Hana se reía y se partía de risa, pero a mí no me gustaba, no me gustaba el sabor dulzón y enfermizo que tenía en la boca ni la forma en que mis pensamientos parecían deshacerse como una niebla al sol.